Era su primera visita a un sex-shop. Hasta ese momento nunca tuvo el
valor suficiente para cruzar el umbral de ningún establecimiento de este tipo.
Toda la información que acumulaba provenía de páginas web que le obsequiaron con
una gran colección de spyrware , malware, troyanos, gusanos y demás fauna
cibernética imposible de combatir. Además, como daños colaterales derivados, el
ordenador cobraba vida propia mostrándole continuamente tetas, culos y penes
que se abrían en ventanas emergentes sin previo aviso, obligándole a utilizar
su ordenador lejos de miradas indiscretas.
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